Sobre la creciente necesidad de pensar
DEUSTO BUSINESS SCHOOL | 22/12/2022
Jordi Albareda
Profesor de estrategia de Deusto Business School.
Hoy en día tenemos la sensación de vivir (o sobrevivir) en una tormenta perfecta. El entorno muta sin avisar y a veces de forma brusca. Los cambios e innovaciones se suceden sin poder ser asimiladas con serenidad y nuestro tiempo es cada vez más escaso, inundado por una sobreabundancia de información y estímulos. Probablemente nunca antes hayan pasado más cosas, tengamos mayor percepción de las mismas, dispongamos de menos tiempo y haya sido más necesario pensar sobre el futuro.
Ante ello es común encontrar tres tipos de actitudes:
- La de aquellas personas que lo fían todo al destino esperando que todo mejore, que las variables se autoajusten de nuevo y las cosas vuelvan a su sitio. Todo ello, mientras el mundo nos ofrece una cantidad lacerante e inabarcable de opiáceos en forma de “entertainment”.
- La de aquellas que, estando en los últimos años de su etapa profesional, tienen el síndrome progresivo de “quién quiere las llaves de mis responsabilidades”, delegando con profundo descanso el testigo del liderazgo a los que vienen por detrás.
- O la de quienes, bien motivados por sus convicciones apasionadas sobre las oportunidades que brinda el futuro o por las necesidades urgentes de reflexionar sobre lo existente, tratan de “pensar y crear lo nuevo”.
En este sentido, y especialmente dirigido a este último grupo, ¿cuáles son las claves que pueden ayudarnos a pensar y definir estrategias?
- En primer lugar, es completamente necesario estar al día y tener conocimiento transversal de las principales tendencias económicas, geoestratégicas, tecnológicas, científicas, políticas y sociales. Esta comprensión holística del entorno ayudará a anticipar situaciones de riesgo o posibles nuevas oportunidades, especialmente aquellas derivadas del cruce de disrupciones de campos -a priori- alejados entre sí. ¿Tendrá algo que ver la neurociencia con el Derecho? ¿Y la ética con la biotecnología? ¿O las redes sociales con los sistemas democráticos? Es probable que sí, y tan solo alcanzaremos a anticipar los mencionados riesgos y oportunidades futuras a través de un conocimiento amplio y transversal del mundo, contrapuesto a la especialización y el pragmatismo reduccionista de la mayoría de los sistemas educativos.
- En segundo lugar -al igual que se requiere en cualquier otra actividad que quiera ser dominada- es fundamental disponer de metodología. Definir concretamente el reto que requiere nuestra reflexión, estructurar las posibles soluciones, analizar aquellas identificadas como prioritarias, saber comunicar la solución convenientemente a quien corresponda y, por último, implantar la solución adaptándonos a cada situación. Esta metodología, utilizada una y otra vez por consultoras estratégicas como McKinsey&Co, permite concentrar toda nuestra energía en el contenido en lugar de agobiarse sobre cómo abordar cada proceso de reflexión estratégica.
- En tercer lugar, son recomendables los espacios de reflexión. De la misma forma que para mantener el cuerpo en forma disponemos de gimnasios en nuestras ciudades, es conveniente reflexionar sobre los espacios que reservamos a nuestro alrededor para mantener nuestra mente en forma. Espacios para pensar. De hecho, el concepto original de gimnasio griego estaba destinado al ejercicio del cuerpo, pero también de la mente como centro de estudios y punto de encuentro de filósofos.
- En cuarto lugar, pensar requiere tiempo, además de cierta serenidad. Y como comentábamos anteriormente, andamos escasos de tiempo. Y quizás también de serenidad. Cada cual debe reflexionar sobre la posibilidad de incrementar su tiempo neto disponible. La buena noticia es que en este mundo de sobreestimulación, abundancia de información, multiplicidad de redes sociales, dispositivos y plataformas, es posible “ponerse a dieta de contenidos”, seleccionando aquellos que consideremos más nutritivos y saludables para nuestras reflexiones. El resto, como sucede con las grasas trans y saturadas, no aportan valores nutritivos sino grasa dañina, por muy seductores que parezcan inicialmente.
- En quinto lugar debemos valorar la extraordinaria maravilla que es disponer cerca de personas que nos ayuden a pensar, tanto porque nos nutran de conocimiento como porque nos sean útiles en el proceso de reflexión. Estas personas cuestionarán nuestras creencias, ampliarán nuestros límites y nos llevarán más lejos. Al igual que los marinos en momentos de zozobra se guiaban cerca de acantilados peligrosos por la referencia de los faros, necesitamos una pequeña selección de personas a nuestro alrededor que nos den luz.
- En sexto lugar deberíamos reflexionar sobre nuestra flexibilidad. Cada vez más aprender significa desaprender, cambiar de oficio, cuestionar nuestros dogmas y escuchar al otro como si fuera a tener razón en lugar de defender numantinamente nuestros planteamientos. Y no vivimos -por cierto- en tiempos que fomenten la flexibilidad de pensamiento. Las redes sociales y sus algoritmos han exagerado la necesidad de autoafirmarnos, acercándonos una y otra vez “a los nuestros y su forma de pensar” empobreciendo los debates y fomentando totalitarismos binarios.
- Y por último, es necesaria la curiosidad. Los seres curiosos observan, se cuestionan y aprenden. Viven la vida con ansias por conocer. Y ese motor vital fertiliza sus procesos de reflexión, haciéndolos profesionales más valiosos de su oficio.
En definitiva, probablemente nunca antes haya sido más necesario pensar. Y nunca antes más complejo. Al igual que surgen voces que alertan sobre la necesidad de dominar nuevas disciplinas como el data analytics, la ciberseguridad o cualquier otro campo moderno de conocimiento, debemos vigorizar el viejo oficio de pensar. Definir buenas estrategias es vital para el progreso de cualquier organización y también cada vez más, de nuestra civilización.