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(Des)Aprender tras la COVID-19

(Des)Aprender tras la COVID-19

DEUSTO BUSINESS SCHOOL | 02/07/2020

Leire Gartzia 

Dice un proverbio chino que nadie encuentra su camino sin haberse perdido varias veces. Así que no nos desanimemos. Incluso las más enrevesadas y descuidadas rutas pueden conducir al escenario esperado. La pregunta, claro está, es cuál es ese ansiado escenario.

La brutal pandemia sufrida en los últimos meses ha sido, sin duda alguna, un escenario angustioso en el hemos dejado en el camino a muchas personas e intereses rutinarios. En este proceso, incontables manos se han tendido con la mejor de las intenciones para servir a las personas que sufrían el virus con más intensidad, viendo cómo nuestras sociedades desarrolladas –y no tanto- removían todas sus piezas para dar respuestas improvisadas a los acontecimientos. Hospitales de campaña, máscaras sanitarias fabricadas con juguetes de piscina, restricciones a la libre circulación, abrazos por ordenador, o conciertos en los balcones son sólo algunos ejemplos de las nuevas vivencias que durante unos meses nos han sacado de nuestra más establecida zona de confort, para mostrarnos el lado más importante de la vida. El lado más importante de lo humano. Ya lo advertía, aunque aún haya a quien le chirríe el paradigma, la economía feminista: no es lo más importante la abstracción y los recursos impersonales sino las personas y sus necesidades. Es necesario, por lo tanto, desplegar todas las logísticas y recursos necesarios para su cuidado.

Sirva lo siguiente a modo de ejemplo del tipo de necesidades y realidades que tenemos –antes, durante y después de la COVID-19- las personas. Mientras hablaba por teléfono con un director de sucursal de banco para solucionar unos problemas que tuve durante el confinamiento, me pidió disculpas porque de fondo sus dos hijas le reclamaban. Ese hombre siempre había estado para mí en la oficina. Siempre me había atendido con su seriedad y su corbata. Ahora, de repente y por imperativo legal, me hablaba desde su cocina, lidiando con la difícil tarea de calmar a sus hijas mientras resolvía mi reclamación. Pues bien, entonces, le conocí mejor. A decir verdad, no me importó lo más mínimo la espera. Me sentí muy identificada con aquel hombre que se veía en apuros por tener que conciliar su profesión con su casa. El problema, digámoslo así, es que quizás él no lo había sentido hasta aquel momento. Porque, digámoslo así, hasta ese momento la necesidad de conciliar no había sido para él un problema.

Dicen que lo bonito de los problemas es que invitan a buscar soluciones. Y es que, en pleno siglo XXI y después de unos meses de dura y crítica reflexión, nos encontramos con el interrogante de averiguar qué hemos aprendido tras esta intensa experiencia. Hemos visto equipos de personas entregadas que reinventaban sus productos y servicios. Hemos visto exponerse al personal de los sectores más primarios, fórmulas variadas de coordinación virtual entre personas y equipos, o peritajes, consultas médicas y actividades culturales de toda condición desde el salón de nuestra casa. Hemos descubierto la utilidad de organizar actividades sociales no rutinarias, de evitar los desplazamientos diarios a la oficina, de cocinar bizcochos, o de escribir un mensaje de ánimo a alguien con problemas. Hemos redescubierto, como ya avisó McGregor hace mucho, que el liderazgo más efectivo no es el del control y la presencialidad, sino el sustentado en la motivación y la confianza.

Tenemos ahora el reto de asentar lo aprendido. De hecho, al igual que una estructura no se mejora sin rehabilitar sus pilares, la cuestión clave de este momento histórico es identificar lo que debemos desaprender para seguir construyendo. Durante décadas, nos hemos guiado por supuestos económicos y culturales que ponían la productividad, el desarrollo económico y la maximización del rendimiento en el centro de nuestras actividades, entendiendo las cuestiones del cuidado, de la vida, y del desarrollo emocional como variables instrumentales dentro de la ecuación. No pasa nada. Eran rutas necesarias en el camino. Hoy, sin embargo, las piezas se han invertido. Durante unos meses, los cuidados y la vida se han situado irremediablemente en el centro, volcando en ellos toda nuestra energía no sólo para proteger a las personas, sino para salvaguardar la propia actividad económica y productiva. La cuestión clave es si este paradigma vendrá con la suficiente fuerza para quedarse o buscaremos nuevas distracciones por el camino. Volviendo al proverbio chino, llevamos demasiado tiempo perdiéndonos. Quizás sea hora de redirigirnos.